miércoles
Me crucé con el chino en el tercer pasillo, entre las alfombrillas para el baño y los hules. Es difícil mirar fijamente a un chino. Analizar sus actos deviene imposible si te empeñás en aplicar para ello el mediocre sentido común que como occidentales nos ha tocado en triste herencia. Sus ojos son un silbido y su sonrisa un mal agüero. De repente, ya no quieres nada
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